10 de marzo de 2016

Liquidez o el Zeitgeist de la postmodernidad



Como millenial, pertenezco a una generación acostumbrada a la omnipresencia de los dispositivos electrónicos, habituada al trabajo con interfaces gráficas, sobreexpuesta a la televisión (aunque nosotros no la vimos nacer); pertenezco a la generación que vivió la transición del cassette al disco compacto, del disco de 5 1/4" al de 3 1/2" y de este al dispositivo de almacenamiento masivo USB; la generación que usó de manera extensiva el correo electrónico, la que le dio el poder global a Google, a Facebook, a Yahoo!, a Youtube... Como millenial, tomé parte en el proceso que propició la alternancia política en el país; fui usado como conejillo de indias para ensayar políticas educativas y, desde luego, he visto y experimentado los resultados de la implementación de la política económica neoliberal durante toda mi vida, así que soy parte de una generación permanentemente relacionada con las crisis económicas.

En consecuencia, la inestabilidad y el pragmatismo del entorno, de las ideas, de los valores, de los métodos, de la economía, de la institución escolar, etcétera, forman parte del Zeitgeist de la postmodernidad; esa suerte de liquidez que he llegado a reconocer e identificar más propiamente desde hace un par de años a partir de la lectura de Bauman, Marcos, Vargas Llosa, Lipovetsky y Lyotard, hace que me considere un sujeto líquido en términos de lo que plantea el video (https://www.youtube.com/watch?v=PSWQEiDBqWw), además de observar que las personas con las que convivo al trabajar, estudiar, divertirme, etcétera, comparten esta forma de enfrentar la cotidianidad el diversos escenarios.

No es extraño, por ende, que estemos buscando conocimientos y aprendizajes inmediatos, más prácticos, con lo que se mina la vieja aspiración moderna de certeza científica, como quiere Alfredo Marcos (2010). Por ello sí considero que la sociedad mexicana vive un proceso de usar-y-desechar en el ámbito del aprendizaje, y en la medida en que la educación como la conocemos no sigue el ritmo ni el patrón de un tutorial en línea (por mencionar un ejemplo), resulta poco ataractiva para los alumnos, por un lado, y estos tienen problemas para adaptarse a un modelo que consideran obsoleto o aburrido, por el otro. Asimismo, como profesores tenemos dificultades para traducir, mejorar o adaptar los contenidos y los procesos de aprendizaje al entorno contemporáneo en que se desenvuelven los alumnos, debido a prejuicios de formación académica, no disponibilidad de TIC's, etcétera.

Este uso postmoderno o moderno-líquido del conocimiento es muy claro en la educación a distancia, pues aunque todo proceso de aprendizaje tiene variantes diversas y facetas que aprovechan en calidad  y profundidad los estudiantes, según sus posibilidades, intereses, etcétera, en la educación a distancia esta particularidad se ve potenciada pues depende de decisiones tomadas de manera asíncrona y sin el intercambiio de lenguajes no verbales. Por eso vemos que los MOOC's son abandonados tras unas cuantas sesiones por los inscritos a ellos, no necesariamente por falte de dedicacón, de tiempo o de interés, sino porque retoman solamente lo que les interesa y cuando lo obtienen, avanzan hacia lo que sigue.

Como discutíamos precisamente en un MOOC enfocado al conocimiento abierto (Open Knowledge Massive Open Online Course), los estudiantes entran a echar un vistazo a las referencias de curso, trabajan con algunos de los temas y lo dejan: han obtenido el conocimiento práctico que les interesaba y su permanencia deja de tener sentido. Claro que en un MOOC la inscripción y permanencia son voluntarias y libres; no así en un curso universitario ordinario, presencial o a distancia, donde esta práctica seguramente traería consecuencias desastrosas para el historial académico de los estudiantes. En consecuencia los retos de la modernidad líquida baumaniana para la educación, ya sea presencial o a distancia, suponen un replanteamiento de los objetivos educativos, con la consiguiente modificación de los procesos, de los entronos y de los resultados de aprendizaje esperados.

Esta transformación, sin duda, pasa por la implementación de tecnologías de la información y comunicación en los procesos de aprendizaje, la capacitación de los docentes en su uso y la sensibilización de los estudiantes hacia el trabajo colaborativo. Pero todo esfuerzo sería de nuevo en vano sin el apoyo de las instituciones, pues antes se han ensayado transformaciones de esta índole y al tener un aparato administrativo impersonal, aplastante y, casi siempre, ciego y sordo, todo ha quedado en papel y seguimos discutiendo la pertinencia de los modelos, la coherencia de las propuestas, la viabilidad de las decisiones, etcétera.

Pienso que como participantes activos en procesos de parendizaje, los docentes tenemos mucho que aprender para marcar la diferencia y lograr mejorías. Estoy en contra de cierta postura conservadora que propone veladamente el video: no tenemos que contrarrestar la modernidad líquida, tenemos que hallar las maneras más acertadas de fluir en ese proceso histórico que rebasa la esfera escolar o personal, pues se trata de uno más de los procesos colaterales hijos de la globalización. Oponernos decididamente o sumarnos irreflexivamente dará malos resultados; nos conviene encontar las mejores maneras de aprovechar las ventajas y reducir al mínimo las desventajas de la postmodernidad sobre la educación... reconocer el Zeitgeist y reconocer nuestro lugar en él.


Es un gusto compartir ideas con todos ustedes.


@LeopoldoBasurto


Referencias

Bauman, Z. (2005). Ética posmoderna. México: Siglo XX Editores.

Lyotard, J.-F. (1987). La condición postmoderna: Informe sobre el saber. Madrid: Cátedra.

Marcos, A. (2010). Ciencia y acción: Una filosofía práctica de la ciencia. México: FCE.

Vargas Llosa, M. (2009). La civilización del espectáculo. Letras Libres, 122, 14-22.

Vargas Llosa, M. y Lipovetsky, G. (julio 2012). ¿Alta cultura o cultura de masas? Letras Libres, 163, 14-22.

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